El pueblo alzado en las calles de Madrid contra el ocupante
extranjero el 2 de mayo de 1808 y la ola de patriotismo y religión que
sumió a España en un exaltado estado de rebelión son un antecedente
histórico del pasado 15 de julio en Turquía, cuando en Estambul y Ankara
estalló una revuelta popular para aplastar el intento de golpe de
Estado de los militares sublevados contra al Gobierno de Erdogan.
Si el pueblo de Madrid se echó a la calle para evitar que los
soldados franceses secuestraran al infante Francisco de Paula (“¡Que se
lo llevan!” fue la consigna de los amotinados) y se apoderaran así de
toda la familia real, deportada a Bayona, los turcos lo hicieron para
impedir el derrocamiento de Erdogan por la fuerza de las armas. Pero el
paralelismo termina ahí.
Al contrario de la lucha callejera que en España se fue agravando y
complicando al paso de los años, atrayendo la intervención extranjera
-en la que llegó a participar el propio Napoleón (que con ello cometió
uno de sus peores errores estratégicos), el 15 de julio de 2016 en
Turquía fue un conflicto interno que no parece probable haya de
sobrepasar las fronteras del Estado ni implicar a otras naciones. Turcos
fueron los que pretendieron derribar a Erdogan y turcos fueron también
los que rechazaron el golpe militar.
Los “mártires” populares de esa trágica noche fueron sacralizados en
el altar de la patria y, por encima de ellos, se elevó la figura
protectora de Erdogan, que logró evadir el apresamiento y en difícil
situación personal movilizó al pueblo, erigiéndose como el salvador de
la democracia y la personificación del más genuino espíritu turco.
En la mente del pueblo se equiparó al padre de la patria por
excelencia, Kemal Ataturk, y se le coronó con los mismos laureles que al
héroe de la Primera Guerra Mundial que rechazó la invasión aliada tras
una larga y sangrienta campaña. Los muertos durante la intentona del 15
de julio han sido honrados al igual que los que perecieron defendiendo
la tierra turca en Gallipoli entre abril de 1915 y enero de 1916.
Quizá azuzados desde instancias gubernamentales, circularon rumores y
se publicaron noticias que ponían los hilos del complot en manos de
intereses extranjeros, presuntamente envidiosos de la política de
Erdogan, que tanto estaba acrecentando el prestigio de Turquía, o
propiciadores de una guerra civil que debilitara a un Estado que
empezaba a influir en su región más de lo que deseaban ciertos poderes
foráneos. Y gran parte del pueblo lo creyó a pie juntillas.
La vaguedad de las respuestas occidentales al golpe de Estado y su
insistencia, una vez éste desarticulado y apresados los autores, en el
respeto a los derechos de los sublevados, hirieron el amor propio del
pueblo y le llevaron a cerrar filas con su presidente.
Fue un acto reflejo colectivo, no muy distinto a las manifestaciones
populares de apoyo al franquismo en septiembre de 1975, con motivo de la
repulsa internacional que suscitaron los últimos fusilamientos del
régimen, con condenas del Vaticano y de destacados dirigentes
internacionales.
Cuando el 29 de julio pasado Erdogan presidió una ceremonia de
homenaje a los que murieron durante el golpe de Estado, su discurso
estuvo cargado de xenofobia y chovinismo islámico, una explosiva mezcla
de patriotismo turco e islamismo nacional. Llegó a proclamar que él era
también un esclavo de Alá y estaba listo para el martirio.
Arrastrado por una retórica similar a la de Franco en 1975, cuando en
la plaza de Oriente madrileña afirmó que “lo que en España y Europa se
ha armado [tras los citados fusilamientos] obedece a una conspiración
masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión
comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos
les envilece”, Erdogan preguntó ese día a la multitudinaria masa que le
escuchaba enfervorizada si creía que los conspiradores del 15 de julio
podían ser musulmanes y turcos. Un estentóreo “¡Nooo!” fue la respuesta,
lo que le permitió afirmar: “No. Ellos no tienen nada que ver con esta
nación”. Con ello se dio a sí mismo carta blanca para iniciar un
profunda depuración en las estructuras del país.
Conviene recordar que en Alemania se prohibió la retransmisión
pública del citado discurso, en el que Erdogan acusó a un innominado
general estadounidense de apoyar a los golpistas y a EE.UU. de proteger
al presunto autor intelectual del golpe, el clérigo Fetulá Gulen,
residente en EE.UU.
Una de las consecuencias de este dos de mayo turco ha sido un notable
cambio en el tablero internacional. El presidente de la Comisión
Europea ha declarado que Turquía no reúne ahora condiciones para
ingresar en la UE en breve plazo; por otro lado, la tradicional
popularidad de que gozaba Europa se ha hundido para la opinión turca
mayoritaria. Erdogan se entrevista con Putin y restaura las relaciones
ruso-turcas mientras el segundo ejército más numeroso de la OTAN y
piedra angular en el despliegue estratégico de la Alianza se ve sometido
a una intensa purga. Están cambiando las circunstancias en esa crítica
bisagra estratégica que articula Asia y Europa y no puede predecirse el
resultado de la transformación.
(*) General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor en España
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