Ahora que las relaciones entre Rusia y
la OTAN están pasando por uno de
sus puntos más bajos, es útil recordar el segundo incidente más grave
(tras la crisis de los misiles cubanos de 1962) ocurrido durante la
Guerra Fría entre las dos superpotencias nucleares, que puso a la
Humanidad al borde de la guerra y de la “destrucción mutua asegurada”.
Se trató de unas grandes maniobras de la OTAN, denominadas Able Archer,
que tuvieron lugar en noviembre de 1983. Simulaban un ataque
aeroterrestre con apoyo nuclear contra el Pacto de Varsovia y generaron
una auténtica sensación de amenaza de guerra en los dirigentes de la
URSS. No hace mucho salió a la luz un documento secreto (The Soviet ‘War Scare’)
de más de un centenar de páginas mecanografiadas, recientemente
desclasificado y fechado en febrero de 1990, que fue preparado por el
Comité asesor de inteligencia exterior de la Presidencia de EE.UU. para
investigar a fondo lo ocurrido y extraer las necesarias lecciones que
evitaran la reproducción de tan criticas situaciones.
En él se revelan los serios errores de interpretación de las acciones
del bando contrario, producto de fallos acumulados en los canales de
inteligencia estadounidenses. En la contraportada incluye una cita de
Gorbachov: “En las décadas de la posguerra quizá nunca fue tan explosiva
la situación del mundo, más difícil y desfavorable, que en la primera
mitad de los años ochenta (febrero 1986)”.
En el resumen del informe se lee: “En 1983 pudimos haber puesto
inadvertidamente nuestras relaciones con la Unión Soviética al mismo
borde de la guerra. Aunque el actual [se refiere a 1990] deshielo en
nuestras relaciones hace pensar que no es probable que ninguna de ambas
partes intente desencadenarla a corto plazo, los acontecimientos
evolucionan tan deprisa que sería insensato no asumir que los dirigentes
soviéticos, a causa de un malentendido o por malevolencia, actúen en el
futuro de modo que se ponga en peligro la paz”.
Las citadas maniobras se desarrollaron durante una época de
agravamiento de las tensiones entre ambas potencias, con significativos
incidentes diplomáticos y aeronavales. Además, lo que para la URSS no
era sino un obligado refuerzo de sus capacidades militares ante el
intenso temor a una agresión nuclear de EE.UU., que parecía inevitable y
de la que Able Archer era considerado el primer paso, para los
servicios de inteligencia de EE.UU. los movimientos de la URSS eran
valorados como la preparación para una guerra inminente y no se
relacionaron con el temor causado en Moscú por las maniobras de la OTAN.
Entre esos movimientos estaban un mayor grado de alerta de los
submarinos nucleares, la llamada a los reservistas, la abolición de las
prórrogas del servicio militar y la supresión del apoyo que las tropas
soviéticas solían prestar en la recogida de las cosechas.
La valoración de la inferioridad soviética en potencial militar se
efectuaba entonces en la URSS mediante un complejo sistema
semiautomático de comparación de datos diversos (que fue inmediatamente
desechado tras la crisis), que aconsejaba el ataque nuclear preventivo
cuando la inferioridad se hacía crítica por debajo de un cierto umbral.
Ya no existen “dirigentes soviéticos” que puedan sentirse aludidos
por el resumen del informe, pero muchos de los fallos percibidos en la
crisis de Able Archer son hoy visibles en la confrontación OTAN-Rusia. Según un analista de la European Leadership Network
obedecen a “falta de empatía y de autovaloración crítica”. Considera
que es casi imposible, en ambos bandos, adoptar el punto de vista del
rival para entender mejor sus reacciones y revisar y valorar
continuamente los métodos de interpretación de los acontecimientos, no
dándolos nunca por definitivos.
La empatía no implica simpatía y la fría valoración de los hechos,
libre de fines propagandísticos, facilita la toma de decisiones
importantes de un modo más ajustado a la realidad. Sin embargo, en 2016,
como ocurrió en 1983, las acusaciones recíprocas entre Rusia y la OTAN
sobre las violaciones de la legislación internacional y el temor a ser
acusados de blandos o apaciguadores lleva a los dirigentes de ambas
partes a adoptar políticas que a menudo exacerban los enfrentamientos en
vez de esforzarse por encontrar puntos de acuerdo y entendimiento.
Del informe se deduce la necesidad de efectuar rigurosos análisis de
las decisiones tomadas en el pasado, como ha ocurrido en el Reino Unido
con el “informe Chilcot” sobre la intervención militar británica en Irak
en 2003. Los servicios de inteligencia de los Estados no pueden ser
tenidos por infalibles y sus métodos han de ser continuamente puestos en
tela de juicio. Las críticas decisiones que adoptan los Gobiernos en
los momentos de tensión internacional se basan en sus informes.
En lo que a los europeos nos afecta, la inestable situación de las
relaciones entre Rusia y la OTAN no deja mucho margen para los errores.
Hay que insistir en la necesidad de entender el punto de vista del rival
y de corregir los errores de interpretación de los acontecimientos; con
esto no se pondrá fin a la actual confrontación pero se alejará el
riesgo de un error de irremediables consecuencias.
(*) General de Artillería en la Reserva y Diplomado de Estado Mayor español
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