La espiral proteccionista que se viene barruntando desde hace unos meses
 en buena parte del mundo desarrollado está tomando carta de naturaleza 
en Estados Unidos con algunas de las proclamas del nuevo nacionalismo 
económico que propugna el presidente electo, Donald Trump. 
En las 
últimas horas, las dos mayores multinacionales del automóvil con sede en
 este país han tomado decisiones aparentemente condicionadas por las 
amenazas que el nuevo presidente ha esgrimido contra las empresas que 
realicen fuera de Estados Unidos inversiones susceptibles de radicar en 
suelo estadounidense y en buen número de casos destinadas a producir 
bienes que luego se venderán a los consumidores norteamericanos. 
El país
 damnificado por estas decisiones arbitrarias es México, pero este tipo 
de decisiones parece que va a guiar el proceder de la nueva 
Administración estadounidense que tomará las riendas del país a finales 
de este mes de enero.
Estos dos últimos gestos de Trump multiplican además la animadversión
 declarada hacia su vecino del sur, México, un país cuya prosperidad 
económica depende en buena medida de la proximidad del poderoso líder de
 la economía mundial. Las deslocalizaciones industriales de Estados 
Unidos han sido muy numerosas en los últimos años y buena parte de su 
industria manufacturera ha emigrado a zonas de menor nivel de renta en 
las que es posible encontrar costes de producción más competitivos, o 
sea, más bajos.
Ha sucedido en muchos productos industriales y el automóvil no es más
 que uno de los numerosos eslabones de esta cadena de especialización 
productiva, cuya consecuencia es la enorme dispersión de fábricas y de 
procesos productivos que jalonan la economía global. Más aún en 
industrias de síntesis, como la del automóvil, en la que las plantas de 
montaje final tienen miles de terminales en otras zonas geográficas, a 
veces muy lejanas, que aportan una buena parte de los componentes con 
los que se ensambla el producto final, en este caso el automóvil.
La cruzada del señor Trump contra la exportación de inversiones y de 
actividades industriales resulta llamativa, no sólo por el hecho de que 
en algunos casos se está convirtiendo en una auténtica hostilidad hacia 
un vecino a la par que aliado tan estratégico e importante como México, 
sino porque no encaja en absoluto con la lógica que se ha ido imponiendo
 en la economía global bajo el patrocinio precisamente de las 
multinacionales estadounidenses desde hace ya unos cuantos decenios.
Declaraciones y actitudes como las dos que acaban de producirse en 
torno a la industria automotriz se han producido en los últimos meses en
 otros terrenos a raíz de la aparición de Trump en escena. Lo que 
parecían hasta hace poco meros gestos efectistas de naturaleza electoral
 para ganarse el voto de la clase media estadounidense, parece que está 
yendo algo más lejos y traduciéndose en presiones sobre empresas de 
primer rango para condicionar sus decisiones económicas. 
La mentalidad 
proteccionista puede tener también enormes derivaciones negativas en el 
comercio mundial, algo que ya ha anticipado alguno de los próximos 
dirigentes del país al poner en tela de juicio los acuerdos comerciales 
suscritos o en negociación con diversas zonas del mundo. 
Además del 
carácter básicamente intervencionista y antidemocrático de algunas de 
estas actitudes, una orientación manifiestamente proteccionista en la 
mayor economía del mundo implicará un cambio importante en las reglas de
 juego que afectará a otros muchos países y posiblemente de forma 
negativa.
(*) Periodista y economista español
http://www.republica.com/retablos-financieros/2017/01/03/la-cruzada-proteccionista/

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