El
dramatismo de la crisis económica europea y las incidencias
políticas vividas en poco más de un año en los tres mayores países
de la Unión, todas ellas suscitando especulaciones sobre una
hipotética crisis del proyecto común, o incluso dudas sobre el
futuro del euro, producen olas de pesimismo popular, reduciendo
la confianza incluso en los líderes hasta ahora más prestigiosos.
La
inseguridad sembrada por el largo interregno gubernamental en Alemania
se acompaña ahora con lo que se supone va a ser una ofensiva de un nuevo
gobierno de Italia contra los dictados de Bruselas y de Frankfurt, tras
el avance de fuerzas populistas en las recientes elecciones.
Mientras esto ocurre en el ‘corazón’ del sistema europeo, la Unión es
objeto de grandes expectativas de futura y creciente unión comercial
entre un círculo de países no comunitarios pero deseosos de mantener y
profundizar los numerosos instrumentos de integración sectorial que ya
les vinculan a la Unión, en una serie de zonas que van desde el Mar del
Norte al Mar Negro, y desde los Balcanes al arco árabe del mediterráneo.
Una tupida red de tratados y acuerdos, que van desde el libre
comercio con unos pocos países de esa periferia, hasta las decenas de
acuerdos técnicos de colaboración e intercambio en materias de energía,
transportes, tráfico aéreo, fronteras, estándares comunes para
mercancías, sus componentes y los servicios, etc., los mantiene a todos,
sean miembros de la Unión o no, interesados en diversas formas y grados
de integración.
Por ejemplo, los países del este de Europa se van asociando con la
Unión por medio de las Áreas Integrales y Sistemáticas de Comercio Libre
(traducción tentativa de ‘Deep and Comprehensive Free Trade Areas’,
DCFTA). Otra red de acuerdos se extiende a los países del sur
mediterráneo. A esto se añaden las consolidadas relaciones de la Unión
con los países de la EFTA/EEA (Asociación Europea de Libre Comercio/Área
Económica Europea).
Toda esas redes están configurando lo que un ensayo publicado por el
Center for European Policy Studies (CEPS) llama la Gran Área Económica
Europea (‘Wider European Economic Area’, WEEA) (1), y que empezó a
generarse hace años gracias a la Política Europea de Vecindad, una
denominación de perfiles institucionales un tanto indeterminados, pero
que ha operado como acicate para integrar, en proyectos cada vez más
comunes, los deseos, necesidades, reglas y obligaciones mutuas entre
numerosos países que tratan de aprovechar las instituciones de la Unión
para los intercambios de todo tipo y el acercamiento de los pueblos
concernidos. Este método, por ejemplo, ha acercado a los países árabes
con Europa, y entre algunos de aquéllos e Israel.
El autor del ensayo, Michael Emerson, lo describe como un “proceso
endógeno”, incremental y sin un propósito político específico, pero que
pone en contacto y somete a pruebas de eficiencia regulaciones y
prácticas libremente propuestas por unos o por otros países de esas
áreas, de lo que resulta que “el conjunto puede ser mayor que la suma de
sus partes”.
Entran en esa categoría, aparte de EFTA/EEA, la unión aduanera con
Turquía, el Acuerdo de Estabilización y Asociación con los Países
Balcánicos No UE, la Convención Euro-Mediterránea, las Organizaciones
Europeas de Stándares, comunidades energéticas bi o multilaterales, el
área aérea común, los acuerdos de no visado, así como apoyos financieros
mutuos o de donativo, etc. Cada uno implica un diferente grado de
compromiso, que va intensificándose a mutua conveniencia.
Estas reglas y estándares atraen el interés de otros bloques
económicos, como la Unión Económica de Eurasia, o el de países
individuales, como indica la adopción por Moldavia, Georgia y Ucrania de
los criterios técnicos de productos aplicados por la Unión.
Existe ya una Organización Europea de Acreditación sobre estándares
de productos, así como Acuerdos de Análisis de Conformidad y Evaluación,
para la acreditación mutua de los niveles de calidad.
La lista se extiende a los institutos de metrología. Una herramienta
particularmente útil es el Código de Aduanas de la UE, así como el de
Puntos de Cruce de Fronteras entre los países Schengen y todos los
demás. Existe ya un Tratado para la Comunidad de la Energía. Una
legislación aneja es la Red de Conectividad de Centro y Sudeste de
Europa, que beneficia a Ucrania frente a los boicots de Rusia.
Y así hasta programas espaciales, científicos, defensa europea,
policía, estudios de seguridad, el Erasmus, etc., con un total cercano a
los cuarenta programas.
En resumen, aunque amplios sectores de la opinión dentro de la Unión
se hallan deprimidos en estos días (sobre todo el Reino Unido), desde
fuera se la busca y se saca provecho a una más estrecha cooperación, al
tiempo que se le insufla vitalidad.
Así se va haciendo la WEEA.
(*) Periodista español
1.- “The Strategic Importance of the Emerging Wider European Economic Area (WEEA)”, de Michael Emerson, CEPS Policy Insight No. 2018-05/February 2018.
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