BUCAREST.- "¿Que si creo en nuestro
futuro? ¡Claro! ¡Si no, no estaría aquí!". Para Laura, como para muchos
otros jóvenes que llevan manifestándose en Bucarest desde el martes, la
corrupción y la emigración masiva que ésta favorece no son motivo para
no ser optimista en Rumanía.
Laura, una madre treintañera
que el viernes llegó a la plaza Vitoriei con su compañero Daniel para
protestar contra los planes del gobierno de suavizar la legislación
anticorrupción, como hicieron otras 100.000 personas, asegura confiar en
su país.
"Hemos decidido no irnos", recalca
orgullosamente, mientras su bebé duerme tranquilo pese al ruido
ensordecedor. "Aquí tenemos nuestra familia y nuestros amigos, y
nuestros salarios son correctos para los precios rumanos".
Desatado
el martes por un decreto de emergencia del gobierno socialdemócrata, el
movimiento de protesta, que reunió a entre 200.000 y 250.000 personas
el viernes en todo el país, adquirió proporciones inéditas desde la
caída del régimen comunista, en 1989.
La mayor parte de
los manifestantes son como Laura: jóvenes, urbanos y con estudios.
Muestran su "optimismo" respecto al futuro del país, como dice Armand,
un economista de 34 años.
Para Vlad, de 39, "desde 2012,
la izquierda nos engaña, la derecha nos engaña, hacen el mismo tipo de
política, pero es un buen país cuando uno es joven".
"Habría
tenido la posibilidad de dejar el país pero nunca pensé que tendría una
vida mejor en otra parte". Simplemente, "hay que bajar a la calle para
que las cosas cambien", explica este padre de dos hijos, que gana 500
euros mensuales por su trabajo de profesor en la facultad de cine de
Bucarest.
En los
últimos años, unos 3 millones de activos, es decir, casi el 15% de las
población, se fueron de Rumanía, provocando una escasez de mano de obra
cualificada en algunos sectores.
La causa: los sueldos,
que no superan los 470 euros de media en un país en el que una cuarta
parte de la población vive en la pobreza.
Además, la
corrupción endémica complica el día a día y refrena la iniciativa,
señala Cornelius, de 26 años. Este editor de vídeo residente en
Mánchester (Inglaterra) ha vuelto a Rumanía "de vacaciones".
"Dejé el
país, principalmente, a causa de la corrupción. Gano tanto allá como
acá. La única diferencia es la corrupción", asegura.
Desde
hace unos años, se han registrado éxitos notables en la lucha contra
este fenómeno, gracias al trabajo de una fiscalía especializada bajo el
impulso de la Unión Europea. Más de 2.000 personas han sido condenadas
por abuso de poder, incluyendo políticos destacados.
Para
los manifestantes, sin embargo, estos avances se han visto amenazados
por el nuevo gobierno socialdemócrata (PSD), que desea aflojar el umbral
en materia de delincuencia financiera y sacar de la cárcel a
responsables ya condenados.
Para Daniel, el compañero de
Laura, el "muy buen grado de cualificación" de los rumanos en las
nuevas tecnologías, conjugado con los efectos de la lucha contra la
corrupción, ha creado un clima favorable a las inversiones. Considera
que sería lamentable que un giro legislativo comprometiera esta
situación.
"Numerosas compañías vienen a abrir grandes
centros de datos y a emplear a personal para asistencia remota. Incluso
producen aparatos aquí", subraya este informático, que gana un cómodo
sueldo de 3.500 euros.
Stefan, un directivo de 40 años,
afirma manifestarse para que su hija de 2 años "crezca en un entorno
decente".
"Quiero que nos quedemos en Rumanía", asegura. "Pero, visto el
cariz que toman las cosas, debemos plantearnos alternativas...".
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