La economía europea sigue dando señales de debilitamiento gradual.
Lo acaba de corroborar el Banco Central Europeo (BCE), que en su última
presentación, la realizada por el presidente del organismo, Mario
Draghi, tras la reunión de la cúpula directiva, ha recortado sus
previsiones en una décima para este año y para el próximo.
Europa
registrará previsiblemente un crecimiento este año del 2,0% en vez del
pronosticado 2,1% hace pocos meses mientras el pronóstico para el año
2019 se presenta también a la baja respecto a lo que se había
pronosticado previamente, de modo que se recorta al 1,8% frente al 1,9%
que hasta ahora se consideraba posible y probable.
El razonamiento que utilizan los analistas del BCE para este recorte
no reside tanto en la crisis de algunos países emergentes, que puede
tener consecuencias desfavorables para algunas entidades financieras o
empresas (en especial, en el caso de España) pero no consecuencias de
ámbito global. La repercusión en estas compañías de países de la zona
euro se debe a la fuerte depreciación cambiaria que padecen Turquía y
Argentina, que mermarán los ingresos en euros de bastantes empresas de
primera fila.
La principal fuente de preocupación que está obligando a modificar
las previsiones económicas en la zona euro radica en las turbulencias
comerciales, es decir, en la subida de aranceles, unas ya aplicadas,
otras en fase de amenaza, que se están aplicando o en fase de activación
en sectores de gran importancia en algunas economías europeas, como es
el caso del impacto negativo sobre la industria del automóvil, que está
obligando a muchas empresas europeas a reorganizar sus estrategias
comerciales e incluso productivas, con desplazamientos de centros
fabriles.
Europa cuenta con sectores muy agresivos en sus capacidades
de exportación y una guerra comercial de ámbito global, aunque tenga
como principales protagonistas a Estados Unidos y a China, tiene un
elevado nivel de riesgo para las empresas europeas, lo que acabará por
trasladarse a las cifras de actividad económica.
Aún a pesar de estas menores expectativas de crecimiento económico,
el máximo responsable del BCE apenas ha alterado su discurso en
relación con las previsiones de gestión de la política monetaria.
Naturalmente, el BCE sigue pensando que las medidas de apoyo a la
liquidez, iniciadas en el año 2016 y cuya finalización está prevista
para finales de este año, son necesarias. Pero no hay previsiones de
alargamiento del plazo durante el cual estas medidas se van a aplicar ni
tampoco hay anticipaciones sobre la estrategia monetaria en relación
con los tipos de interés, todavía en niveles cero.
Parece que las primeras subidas de tipos, que en Estados Unidos han
comenzado a aplicarse hace ya bastantes meses, no se esperan hasta
dentro de un año, para después del verano del año 2019. Hay que
recordar que ese momento coincidirá con la retirada de Mario Draghi al
frente del BCE lo que pondrá en manos de su sucesor, que quizás no sea
alemán como estaba previsto hasta ahora (Alemania va a luchar por
hacerse con la presidencia de la Comisión Europea, lo que reduce sus
expectativas de acceso a la cúpula del BCE) sino de otra latitud
europea. Este cambio puede suponer un giro importante en la estrategia
del BCE.
(*) Periodista y economista español
https://www.republica.com/retablos-financieros/2018/09/13/el-bce-mantiene-su-politica/
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