ROMA.- Muchos trabajadores de la pesca y la acuicultura son 
víctimas de abusos, trata y explotación como consecuencia de la pesca 
ilegal, por lo que deben ser rescatados, indicó el secretario de 
Estado vaticano, Pietro Parolin.
El cardenal participó junto con el director general de la 
Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José
 Graziano da Silva, en un acto con motivo del Día Mundial de la Pesca 
que se celebró ayer.
"Somos testigos de una situación trágica ante la cual la 
comunidad internacional está esforzándose en establecer soluciones 
específicas para erradicar el trabajo forzado de la cadena de valor 
global", que afecta a la industria pesquera en muchos países, dijo 
Parolin en la sede de esa agencia.
El secretario de Estado citó al papa Francisco para 
denunciar la sobreexplotación de los recursos pesqueros y pedir una 
"vida mejor, más decente y próspera" para los migrantes que buscan 
nuevas oportunidades lejos de la pobreza, muchos de los cuales acaban en
 manos de las mafias que operan en el mar.
Llamó a coordinar los esfuerzos para facilitar la 
rehabilitación e integración de esas personas, reforzar las medidas de 
lucha contra el tráfico ilegal e imponer el cumplimiento de las reglas 
en el sector.
El director general de la FAO coincidió en la necesidad de 
trabajar juntos para acabar con los abusos y garantizar una pesca 
sostenible con el medio ambiente y que apoye el bienestar de quienes se 
dedican a esa actividad.
Unos 38 millones de personas trabajan en la pesca, 
considerada una de las profesiones más peligrosas, según la Organización
 Internacional del Trabajo (OIT), que calcula que 24.000 pescadores 
mueren cada año por ejercer su trabajo.
El cardenal Antonio María Vegliò, presidente del Pontificio 
Consejo para los Migrantes e Itinerantes, consideró que ese fenómeno es 
un "crimen contra la Humanidad" y se está expandiendo en todo el mundo 
afectando a hombres, mujeres y niños "invisibles que son explotados para
 satisfacer la lógica del beneficio económico".
Bruno Ciceri, representante del apostolado del mar en ese 
órgano, alertó de la situación de muchos jóvenes pobres sin educación 
que buscan trabajo y entran en contacto con los contrabandistas a través
 de familiares y amigos.
Ciceri, que trabajó como capellán en Taiwán y previamente en
 Filipinas, puso el ejemplo de aquellas personas que firman un papel 
como contrato comprometiéndose a trabajar hasta 16 horas al día por 
apenas cinco dólares diarios, y son castigadas si no lo cumplen.
Prisioneros en el mar son revendidos por los traficantes y 
privados de sus documentos de identidad, sufren abusos físicos, verbales
 y hasta sexuales, están obligados a vivir hacinados en los barcos sin 
casi agua ni comida durante años y no tienen acceso a asistencia médica o
 medicamentos.
"Un número indeterminado de pescadores mueren y desaparecen 
en el mar por razones desconocidas", dijo Ciceri, que relató que muchas 
empresas complementan esas actividades ilegales con otras como el 
contrabando de mercancías y la esclavitud.
Entre los instrumentos legales para hacer frente a ese 
problema, el representante de la OIT Gianni Rosas destacó la Convención 
número 188 de esa organización sobre el trabajo en la pesca, adoptado en
 2007 y que entrará en vigor el próximo año tras haber sido ratificada 
por diez países.
En junio pasado, además, entró en vigor el primer tratado 
internacional contra la pesca ilegal, aprobado en 2009 como el Acuerdo 
sobre medidas del Estado rector del puerto de la FAO, después de que lo 
firmaran una treintena de países y la Unión Europea.
 
 
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