Economistas
solventes coinciden en asegurar que el acceso al poder de populismos
como el de Podemos supondría un "rápido e intenso" deterioro del PIB.
Sin embargo, la desigualdad social, caracterizada en los países
desarrollados por un empobrecimiento de la clase media, alarma ya al
mundo económico más atento a las tendencias mundiales.
La
sensación de ser los perdedores de la globalización provoca,
en amplias capas sociales, una desafección generalizada hacia el
sistema político y económico que preocupa, y mucho, a gobiernos
e instituciones. Y de ahí los populismos.
Tanto es así que
el FMI, supuestamente defensor del liberalismo económico y del
capitalismo a cualquier precio, al igual que el BCE, se han
posicionado recientemente a favor de políticas económicas en
cierta medida heterodoxas o populistas para, precisamente,
combatir la desigualdad social y frenar estos fenómenos emergentes
tanto en Europa como en EEUU.
Para ello se demanda “que los
gobiernos gasten más en educación, tecnología e
infraestructuras para elevar la productividad mientras que se
den pasos para reducir la desigualdad”, aunque ello no debe ser óbice
para seguir reformando el mercado de trabajo, reducir las
barreras de entrada y mejorar la formación de los trabajadores
como remedio al envejecimiento de la población, a la vez que se
apela a subir los salarios, porque “llevan años creciendo por debajo
de la productividad”. Un cierto sentimiento de culpabilidad
emerge sin que se conozca hacia donde nos dirige estas políticas.
El
panorama no resulta nada alentador y augura un futuro complejo y
lleno de incertidumbres que terminaran por pasar factura a las
economías del mundo y de ello dan fe procesos como el avance del
partido populista Alternativa para Alemania; la irrupción de Donald
Trump; la fuerza creciente de Marine Le Pen en Francia o del Partido
por la Libertad en Austria, cuando no la fuerza xenófoba de Holanda;
los gobiernos de Hungría, Polonia o de la República de Chequia; el
Brexit o los populismos desestabilizadores del países de
Centroamérica.
Los programas populistas, salvando y
diferenciando los de izquierda de los de derechas, abogan desde
una perspectiva económica, fundamentalmente, por las alzas de
impuestos o por un mayor gasto público, ignorando, cuando no
despreciando, la necesaria confianza de los mercados.
Los
libros de texto señalan que el Populismo Económico es un enfoque de la
economía basado en un modelo que privilegia el crecimiento y la
redistribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la
inflación y la financiación deficitaria; las restricciones
externas y la reacción de inversores, ahorradores y
consumidores frente a políticas agresivas frente al mercado.
La
historia demuestra que el fracaso del populismo económico se
origina por las tensiones que genera y que acaban, a la corta o a la
larga, frustrando el crecimiento que intenta promover.
De
todo esto saben lo que no está escrito ciertos países
latinoamericanos, aunque en ocasiones queda escrito y así lo
hicieron economistas como Dornbusch y Edwards en obra “Macroeconomía
del Populismo en la América Latina” (1992) , al dejar claro que el
destino de las políticas populistas es el fracaso y tiene siempre
un costo mayor para los sectores sociales que supuestamente se
quiere favorecer: aumento de la producción, los salarios reales y
el empleo, ignorando el efecto de la inflación; creación de
cuellos de botella en la economía debido en parte a una fuerte
expansión de la demanda de bienes y en parte a una creciente falta
de divisas (en el caso de Latinoamerica); la escasez generalizada,
la aceleración extrema de la inflación y una obvia deficiencia
de divisas, conducen a la fuga de capital y la desmonetización
de la economía lo que conlleva a que el déficit presupuestario se
deteriore por debilitamiento de la recaudación fiscal y el
aumento del costo de los subsidios a la vez que los salarios reales
bajan y la política se torna inestable.
Todo ello desemboca en una
inevitable política de estabilización que provoca que el
salario real baje a un nivel significativamente menor que el
prevaleciente cuando se inició todo el episodio. Además, si el
proceso populista ha sido muy persistente, el experimento
habrán deprimido la inversión y promovido una salida de
capitales cuyo retorno será imprescindible promover.
La
dura crisis a la que se ha visto sometida el mundo desde 2008, ha
dejado sus inevitables secuelas y ahí están para demostrarlo los
populismos de izquierdas y de derechas y mientras unos como el
populismo de izquierda moderada pretende subir casi todos los
impuestos e incluso crear nuevos, además de aumentar el gasto para
subir prestaciones, pensiones, crear salarios vitales, etc.,
etc., hasta alcanzar, en el caso de España, niveles
presupuestarios insostenibles (cerca de 100.000 millones de
euros) que serían financiados por los inevitables impuestos de
los poderosos, grandes fortunas y la lucha contra el fraude del
mismo.
Los recientes retoques de la fiscalidad española
impulsada por el gobierno de Rajoy no están exentos de una profunda
carga de populismo y da alas a quienes defienden la tesis de que si
con un crecimiento superior al 3% no reducimos el déficit es que
la gestión del gobierno puede considerarse de desastrosa.
En
paralelo, buen cuidado ha tenido el gobierno en adentrarse en ese
proceloso mundo de la eliminación de duplicidades y de gasto
superfluo, en un ejercicio de respeto hacia esa gran masa de
afiliados del PP que, según algunos cálculos, alcanza la enorme
cifra de 800.000 y que muchos de ellos se ven beneficiados de los
dineros públicos, algo a lo que aspiran el resto de las fuerzas
políticas. Así las cosas, ¿qué populismo no va a velar por los
intereses de sus huestes?
(*) Periodista español
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