El Presidente Macron no se ha dado un segundo de tregua desde que se
instaló en el Elíseo. Exhibe cada día un perfil presidencial más
acentuado, para envidia incluso de su equivalente norteamericano que
durante su visita a París ha percibido el poder que la V República
francesa otorga a su Presidente.
La Constitución francesa alentada por
el general de Gaulle e inspirada en el modelo norteamericano otorga al
presidente el mayor poder imaginable en sistemas democráticos que
sustentan en la división de poderes uno de sus valores centrales.
Macron ha acreditado en pocos meses, a pesar de su inexperiencia
política (más por juventud que por otra razón), que sabe cuáles son sus
poderes y que está dispuesto a ejercerlos sin reserva. Estos días ha
enviado un mensaje claro al jefe del ejército francés, crítico con el
Presupuesto de Defensa, sobre quien manda en el “gran mudo”.
Pero ha sido la política exterior el eje de la actuación de Macron a
lo largo de sus primeras semanas. Las citas en París con Trump, Putin,
Merkel, Xi Jumping… y los contactos mantenidos cada uno de ellos y otros
dirigentes con proyección mundial, en las cumbres del G20, de la OTAN…
colocan al presidente francés en el centro de la política mundial. Una
posición que está por encima del poder real de Francia y al papel de los
presidentes franceses en el tablero internacional.
No hay resultados tangibles de esa estrategia diplomática pública, no
hay frutos evidentes, pero la apariencia de que hay política
internacional francesa con pretensiones es un dato en estos momentos. El
presidente Macron sabe que su agenda crítica tiene que ver con la
recuperación de Francia, con su Revolución (así ha titulado su libro de
presentación presidencial), con reformas en el funcionamiento de la
República, en los partidos políticos, el sistema electoral, el modelo de
relaciones laborales… que darán la medida de líder del joven
Presidente. Y para ello una proyección internacional relevante puede
ayudarlo.
Muchos jefes de gobierno se han deslizado a la agenda internacional
para compensar los fracasos en la nacional. Macron parece anteponer la
agenda exterior a la interior para reforzar su liderazgo. Porque es
evidente que a la vuelta del verano Macron tendrá que poner en marcha
las reformas para revitalizar Francia y que las resistencias no las va a
encontrar en el Parlamento o las instituciones sino en la calle. Las
protestas de cuantos van a ver amenazado su statu quo y privilegios van
a medir el liderazgo del Presidente este mismo año. En Francia la calle
desafía al poder desde hace siglos, forma parte de su propia
naturaleza. La calle despidió a De Gaulle y neutralizó a los dos
anteriores presidentes (Sarkozy y Hollande) que renunciaron a su agenda
reformista en cuanto tropezaron con las protestas ciudadanas.
Macron tendrá un otoño tenso durante el cual se pondrá a prueba su
liderazgo, si lo percibido o hasta ahora es un cohete fugaz de un
político sobrevenido al que el viento de la coyuntura y al agotamiento
de los demás ha llevado más allá de sus capacidades. Francia quiere
volver a la influencia exterior, pero antes tiene que salir del
estancamiento interior.
(*) Periodista y politólogo español
No hay comentarios:
Publicar un comentario