El informe
de un comité de la Cámara de los Lores, del parlamento británico,
sobre la operación Sophia, de la Unión Europea, en que participan 25
países contra el tráfico de personas a lo ancho del Mediterráneo
central, acaba de declarar el fracaso de su objetivo principal:
la persecución de los promotores del comercio humano que
mediante embarcaciones inseguras colocan en los países europeos
cientos de miles de personas que intentan encontrar en Europa un
modus vivendi. La mayoría de ellos procede de África Subsahariana.
Sólo
110 posibles traficantes fueron detenidos en 2016, y sólo 463
embarcaciones aprehendidas o destruidas. Los botes neumáticos, que han
reemplazado a los pesqueros, son vendidos a los traficantes por sus
importadores chinos en Libia. La práctica de esos traficantes es radiar
un mensaje anunciando la salida de esas embarcaciones para que los
barcos de rescate fletados por las organizaciones humanitarias,
principalmente europeas, acudan en su ayuda en cuanto aquéllas salgan
de las aguas territoriales del país.
Pero el objetivo secundario de la operación Sophia ha sido “un éxito
humanitario”, afirma el informe de los Lores, y debería seguir,
recomienda, ya que año tras año los ahogamientos en el mar se
incrementan: 3.175 en 2015, 4.500 en 2016, y 2.150 registrados en lo que
va de 2017.
La otra cara de la operación Sophia es el número creciente de
migrantes que logran entrar, irregularmente, en Europa: 153.482 en 2015 y
181.436 en 2016. En lo que va de año, en Italia han sido desembarcados
83.650, un 20% más que en el mismo periodo de 2016. Mil doscientos
rescatados por la nave española Rio Segura arribaron a Salerno el 29 de
junio pasado.
Pero éste es un problema que da signos de agravarse a escala
regional. La oficina de la presidencia de Argelia ha dado señales de
alarma sobre el número de migrantes que entran en el país por sus
fronteras del sur. Hasta ahora Argelia era tierra relativamente hostil a
este tipo de inmigración. La ruta española, con la entrada irregular o
por la fuerza en Ceuta y Melilla, que venía registrando números
decrecientes de ‘saltos de las vallas’, se ha desplazado a los puertos
situados a lo largo de las costas orientales de Marruecos, con
desembarcos tan lejanos como la isla de Alborán y las Baleares.
Italia ha dado firmes muestras de impaciencia, después de años en que
los otros socios de la Unión se lavaran las manos en cuanto al
registro, procesamiento y, en su caso, asentamiento temporal de los
migrantes para su posterior expulsión. Recientemente, y en un solo fin
de semana, desembarcaron en Italia 12.600 migrantes, según denuncia del
alto comisionado para los refugiados, de las NN.UU., Filippo Grandi.
El efecto llamada de la actual ruta mediterránea llega a remotos
lugares del orbe, como Asia Central y los países subsaharianos. Esas
corrientes migratorias son miradas con desaliento por algunos líderes
morales de los países de origen, como el cardenal Peter Turkson, de
Ghana, quien ha pedido a los países europeos “cerrar el grifo” de la
entrada en Europa de los jóvenes ghaneses, ya que suelen ser los más
emprendedores y dado que su soñado asentamiento en Europa vacía de
energía su propia patria.
La cuestión migratoria se presta, por un lado, a diferencias de
criterio entre los socios europeos sobre el modo de afrontar el
problema, y por otro a la apertura de un flanco débil en la cohesión del
proyecto europeo, fácilmente explotable por líderes no europeos.
Respecto de este último aspecto, es sabido que los gobernantes de
Hungría y Polonia, dos países muy celosos de la santidad de sus
fronteras, se oponen enérgicamente a que las políticas de migración y
refugiados sean tratados como materia de interés exclusivo de la Unión.
Incidiendo en este punto, y en su reciente visita a Varsovia en vísperas
de la reunión del G-20 en Hamburgo, el presidente Trump lanzó un
discurso con reflexiones sobre el destino de Occidente, en que preguntó:
“¿Tenemos la suficiente confianza en nuestros valores para defenderlos a
cualquier precio? ¿Tenemos el suficiente respecto a nuestros ciudadanos
para proteger nuestras fronteras?”. Polonia y Hungría se sienten
respaldadas por los otros dos países del mismo grupo ‘Visegrad’,
República Checa y Eslovaquia.
Esta semana se celebró en Varsovia una reunión de autoridades
europeas de migraciones para revisar la ‘Operación Tritón’, lanzada en
2014 para el rescate de navegantes en peligro en el Mediterráneo
Central, bajo el comando de la marina italiana. Por este acuerdo, Italia
los desembarcaba para su reconocimiento y registro, y luego los
internaba hasta el límite de sus posibilidades, con ayuda financiera de
la Comisión Europea. El caso es que la mayor parte de ellos se asientan
irregularmente en Italia. Su gobierno viene reclamando desde hace años
el reasentamiento de los migrantes en otros países para su
‘procesamiento’ y expulsión.
Después de años de llamar a oídos sordos, por fin la reunión de
Varsovia promete atacar el problema. Los otros representantes europeos
reconocieron formalmente que Italia “afronta una presión extraordinaria y
necesita un apoyo suplementario de la Unión y de Frontex”, en
referencia a la agencia europea de control de fronteras. Hasta el mismo
Mariano Rajoy se pronunció recientemente sobre esta cuestión, y ha
prometido autorizar la acogida de migrantes, al objeto de aliviar a
Italia. Veremos.
(*) Periodista español
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