Hay estos días muchas reflexiones circulando sobre las enseñanzas de
la crisis de Lehman Brothers, de la que este mes de septiembre se
cumplen diez años, una crisis que desencadenó una avalancha de efectos
avasalladores sobre amplios terrenos de la vida colectiva, desde la
tormentosa crisis del sistema bancario (unas 150 entidades han
desaparecido del mapa en estos años, según el FMI, entre ellas la mitad
de las que operaban en España) hasta el aumento de la desconfianza en
los agentes económicos pasando por la puesta en marcha de nuevas
fórmulas de actuación de los bancos centrales de todo el mundo y hasta
la aparición de nuevos movimientos políticos, naturalmente con fórmulas
radicales para tratar de resolver los destrozos.
El entorno económico y
hasta político se ha enrarecido hasta extremos impensables.
Lo malo es que a estas alturas, cuando algunas cifras permitirían
suponer que todo ha pasado ya y que estamos ya con el contador a cero,
unos con más firmeza que otros, la realidad puede ser vista con mayor
severidad. Hay base incluso para afirmar que en algunos aspectos estamos
mucho peor que en el año 2008, lo que no quiere decir necesariamente
que otra crisis como la de entonces es segura y hasta inminente. Nada
más lejos. Pero tampoco nada más temerario que ignorar las secuelas que
estos años han dejado en las economías y en las vidas de los
ciudadanos.
Una primera aproximación a lo que ahora se puede decir que está peor
tiene que ver necesariamente con el volumen de deuda. La crisis parece
estar superada en el sentido de que los niveles de actividad económica
han vuelto a cotas propias de hace una década. Pero ello ha sido posible
gracias al uso e incluso al abuso de algunos mecanismos que se
consideraban sacrosantos en el capitalismo tradicional.
La actuación de los bancos centrales da paso a la valoración de
algunos comportamientos heréticos. Los bancos centrales han lanzado
auténticas oleadas de dinero para activar la vida económica, han bajado
los tipos de interés hasta límites insospechados, incluso los han
colocado por debajo de cero (en donde, por cierto, permanecen tras cinco
años de las primeras aproximaciones en ese sentido), han financiado a
los Estados (lo que bastantes economistas ortodoxos o simplemente
convencionales consideran cuando menos impropio) y han acumulado activos
en proporciones dantescas, cuya vuelta atrás ni siquiera ha comenzado.
¿Se puede decir, en estas condiciones, que la crisis puede darse por
superada?
Cuando menos, la devolución de ese dinero debería empezar ya mismo.
La Reserva Federal americana ya ha iniciado el camino. El Banco Dentral
Europeo (BCE) ha reducido su programa de compras mensuales de activos
(públicos y privados) hasta los 15.000 millones de euros y en enero del
año 2019 dejará de comprar. Pero ahora mismo tienen cerca de 2 billones
de euros de activos en su balance (algo más de 250.000 millones, de
procedencia española, en su mayoría Deuda Pública) y nadie sabe cómo lo
van a devolver a los circuitos económicos.
Una devolución que plantea serios interrogantes, el primero de los
cuales es el del precio, ya que los tipos de interés empezarán a subir y
los Estados tendrán que devolver esa deuda a costes sensiblemente
superiores a los que han estado contemplando hasta ahora. ¿Cómo influirá
esta devolución en los países? En España, por ejemplo, la crisis de
Lehman nos pilló con una Deuda Pública que representaba el 34% del PIB y
que nos costaba una media del 4% de interés. Ahora, la Deuda Pública
supera ligeramente el 100% del PIB, tiene un coste mucho menor pero está
a punto (si es que no lo ha hecho ya, a juzgar por las peticiones de
rentabilidad que los inversores están planteando desde hace unas
semanas) de iniciar una escalada alcista.
Si ya nos resulta casi imposible pagar la Deuda Pública a los
irrisorios tipos actuales, ¿qué pasará cuando empiecen a desaparecer
los tipos negativos y cuando el coste medio suba uno o dos o tres
puntos?
(*) Periodista y economista español
No hay comentarios:
Publicar un comentario