Desde que
Malthus estableciese su famosa ley sobre el crecimiento
demográfico y alimenticio (ley que matizaría a lo largo de su
vida) se ha aceptado la amenaza de la escasez para el
abastecimiento de las poblaciones. El peligro de supervivencia
se ha trasladado de un continente a otro. Europa dio la primera
señal de alarma, luego sería China e India y, en la actualidad,
África.
Las
Naciones Unidas prevén que la población africana se duplicará en los
próximos 30 años hasta alcanzar los 2.000 millones de personas y que,
proyectando las estimaciones hasta finales de siglo, la población total
del continente llegaría a 4.000 millones. Escalofriantes incrementos con
el riesgo de que los jóvenes nacidos durante esa burbuja demográfica no
encuentren trabajo: inestabilidad, desesperación y la emigración masiva
como única salida.
Las leyes de Malthus no se cumplieron. En Europa el incremento de la
población, vacunas y mejoras sanitarias, contribuyó a que quienes
llegaran a la edad de trabajar pudieran hacerlo con el resultado de una
mayor producción. En efecto, el llamado “dividendo demográfico” no traía
miseria sino prosperidad.
El significado del dividendo demográfico no ha sido otro que el de una
caída de la tasa de dependientes. Dividendo significa más adultos
productivos que jubilados. Algo así ha ocurrido en España con la
inmigración en los últimos años y lo mismo en el oriente lejano con sus
propios nacionales.
¿Por qué África no puede cobrarse como Europa o Asia un dividendo
demográfico? Mínimas dosis de modernización suavizarían las tasas de
fertilidad (número de hijos por mujer en edad de procrear) de manera que
serían los jóvenes actuales quienes protagonizasen la expansión
económica generada por un aumento de la población activa.
Europa y los países del oriente lejano, por no hablar de EEUU y
Canadá, organizaron su propio desarrollo al que contribuyeron
conjuntamente factores políticos, económicos y legales. En el caso de
China la conversión de una economía centralizada en una de mercado es la
gran responsable de su espectacular crecimiento.
África sufre el escepticismo de los inversores ante el fracaso
institucional y político de muchos de los nuevos países.
Ahora bien, convendría recordar que ningún continente ha sufrido una
descapitalización tan intensa como el africano. La época colonial fue
extractiva de los recursos naturales y con la independencia las élites
próximas al poder no incluyeron al resto de la sociedad en el desarrollo
económico, político e institucional que se esperaba.
La ONU y el grupo de los 20 tienen la humana responsabilidad de
deshacer ese nudo gordiano que hace que el crecimiento demográfico vaya
por delante de la producción de los recursos. Habrá que intentar
movilizar una gran parte de esos billones de dólares y euros acumulados
para la economía financiera y desviarla hacia la construcción de grandes
obras de infraestructuras a la vez que se promueve la industrialización
y la mejora del sector agrario.
La crisis financiera de los años 2007-2011 se resolvió mediante un
instrumento financiero: la creación de dinero por parte de BCE, la
Reserva Federal y otros bancos centrales. Se creó dinero. No ha habido
inflación ni tampoco ninguna señal de quiebra de esas instituciones
aunque sus balances no fuesen precisamente los más ortodoxos. Hasta
Grecia ha salido adelante.
El actual crecimiento de la población africana se constituiría en un
auténtico dividendo económico potencial si la comunidad internacional
instrumenta un plan de infraestructuras que junto con un saneamiento
político institucional haga de los nuevos estados independientes de
África verdaderas naciones inclusivas.
Una ocasión excelente para España a la hora de promover infraestructuras
eficaces. Nuestras empresas están técnicamente preparadas.
Ahí está la experiencia del Canal de Panamá y el tren de Los
Peregrinos en Arabia Saudita. La proximidad ha hecho, por otro lado,
posible que las exportaciones españolas hacia África superen a las de
América Latina así como que Marruecos absorba el 3% de nuestra
exportación total situándose en el grupo de nuestros 10 principales
clientes y superando en un 30% el valor de las ventas españolas a China.
(*) Economista del Estado en España
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