El presidente italiano ha sido víctima de su propia medicina, el
populismo anti-sistema. Es cierto que él lo practicaba con suma
habilidad, siendo a la vez gobierno y oposición. Desplegaba un discurso
anti-Merkel que no le impedía intentar reformar el país y hacer como que
cuadraba las cuentas.
Pero una vez más, la copia es menos atractiva que
el original. Una clara mayoría de los votantes ha castigado al
ejecutivo, nada como aprovechar que se les preguntaban algo muy complejo
y que muchos no notan los efectos de la recuperación. Por otra parte,
basta con leer la enrevesada pregunta sobre la reforma constitucional
para tomar nota sobre cómo no formular un referéndum.
La epidemia de
democracia directa en Europa –Holanda, Reino Unido, Italia- proviene de
una falta de responsabilidad de los representantes elegidos. En vez de
liderar en tiempos difíciles, se escudan en dar la palabra al pueblo
sobre asuntos que dividen en dos las sociedades. El ciclo de
deslegitimación de la democracia sigue avanzando e Italia es ya
oficialmente el eslabón débil del euro.
La situación delicada de su
banca y el endeudamiento público gigantesco de un 133% sobre el PIB ya
no pueden soslayarse con el argumento de que hay un gobierno reformista
en Roma.
El Banco Central Europeo, dirigido por un italiano capaz de parecer
alemán, sirve de parapeto, mirando de reojo a la complicada situación
griega y esperando que en las elecciones presidenciales francesas de
abril el sistema de doble vuelta frene al Frente Nacional. Para evitar
que vuelva a sufrir lo indecible la moneda común en esta situación de
incertidumbre en aumento es necesario que al menos ocurran dos cosas.
Primero, que Alemania corrija el minimalismo con el que ha decidido
abordar el desarrollo de la eurozona tras el Brexit y matice la doctrina
de 'cada palo que aguante su vela', implícita en su petición de "pausa y
reflexión".
El segundo factor determinante es que el jefe de gobierno
que suceda a Renzi –se supone que al frente de un gobierno 'técnico'-
aguante suficiente tiempo para que no haya que convocar unas elecciones
que auparían al poder al movimiento Cinco Estrellas. Beppe Grillo y los
suyos en el fondo sienten pánico de tener que pasar de pedir lo
imposible a gestionar una economía casi dos veces más grande que la
española. Mientras se acuchillan entre ellos, reconocen que no saben
cuáles de sus ocurrencias integrarían su programa de gobierno.
(*) (*) Secretario General Aspen Institute España
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