El Presidente de los Estados Unidos habla siempre el primer día de la
semana solemne en que unos 135 Jefes de Estado y de gobierno, y un
número mayor de ministros, acuden a Nueva York para exponer sus puntos
de vista en el gran podio onusiano y de paso, lo que con frecuencia es
más fructífero, a tener contactos con colegas. Los demás asistentes, con
la excepción de Brasil que también abre plaza el día inicial, rotan por
rabioso sorteo.
Trump no ha defraudado. La sala estaba atestada como cuando acude,
Clinton, Obama, Bush…, el emperador americano. Una vez más se ha
interpretado a sí mismo. Ha arrancado alardeando de que su gobierno ha
hecho cosas más importantes que los que le han precedido en sus país y
los asistentes, jefes de gobierno, ministros, embajadores se han reído
ante la bravata. Y él también.
Lo malo para su legión de detractores es que normalmente cumple lo
que dice, no engaña, aunque exprese disparates o medio disparates. Ha
fulminado a los gobiernos y organismos con los que ve rojo, Irán,
Nicaragua, Venezuela, la OPEP que “se está aprovechando de Estados
Unidos” y eso no se puede consentir, (parece que Trump sigue obsesionado
con que haya países que estafan a Estados Unidos), ha tenido piropos
para el líder norcoreano al que hace poco odiaba, aunque ha manifestado
que las sanciones no concluirán mientras no pare su programa nuclear, y
curiosamente no ha mencionado a Rusia.
Toda la filosofía y detalles de la intervención del estadounidense
parecen ir en contra de la doctrina mantenida por la Unión Europea.
Trump ha subrayado que sólo prestará ayuda económica a los amigos -ya
anunció que cortaría la ayuda a los palestinos con lo que Europa tendrá
que rascarse más el bolsillo en una conducta que ya es crónica en
Oriente Medio, pagamos pero no contamos- y ha lanzado alfilerazos contra
la Comisión de derechos humanos de la ONU sobre la que, como es sabido,
Trump no se equivoca en todo, se sientan a menudo en ella países que
tienen un penoso balance en la cuestión de respeto de esos derechos.
Erdogan y Macron han discurseado después. El turco habla de
terrorismo y se queja de que Estados Unidos no extradite al líder
político que según el autócrata de Ankara atiza la revuelta en su país.
Macron ha hecho el discurso elegante tradicional en la delegación
francesa y ha tenido la valentía de subrayar otra obviedad que los
enamorados de la Organización no quieren ver: la ONU va camino de
convertirse en un símbolo de incapacidad, en buena medida por la perenne
división de las potencias del Consejo de Seguridad. Las intervenciones
de estos dos relevantes políticos pasaran bastante desapercibidas como
es habitual en los que hablan después de Trump.
Las de los que vienen mañana y en las fechas posteriores sufren la
misma suerte. Tienen eco en sus respectivos países pero los medios
estadounidenses, y mundiales, las ignoran. Eso le ocurrirá a Pedro
Sánchez, tanto si se cobija en los tópicos, o en el adanismo que
cultivaba Zapatero y del que gusta Sánchez( “Mi país ha sido el primero
que…”) y más ahora para olvidar el espinoso tema de su chusca tesis,
como si expresa alguna idea original la intervención no será notada.
Aunque los palmeros monclovitas, como los de otros países, se empeñan en
contar que las ideas de su señorito han sido muy bien acogidas. Así es
la ONU.
(*) Ex embajador de España en la ONU
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