Rusia lanza
sus miras sobre el destino de Libia. La puesta en escena de sus
intenciones no puede ser más expresiva: el general Jalifa Hafter, el
único hombre fuerte, de los muchos que hay en el caótico país, que puede
mostrar que las cosas funcionan medianamente bien bajo su control, y
quien cuenta además con el apoyo del país vecino, Egipto, visitó esta
semana el portaviones ruso Kuznetsov en su viaje de vuelta a Rusia
después de haber lanzado ataques aéreos contra las fuerzas rebeldes
sirias.
Durante su visita a la nave, Hafter habló por videoconferencia con el ministro ruso de Defensa, Sergei Shoigu. El general había visitado Moscú anteriormente en busca de armas. Libia está sujeta a un embargo impuesto por el consejo de seguridad de las Naciones Unidas, y el general asegura que el presidente Putin va a tratar de que sea levantado.
Entretanto, el Gobierno de Acuerdo Nacional
(GAN), formado penosamente a principios de 2016 bajo los
auspicios de las NN.UU, apenas controla, dentro de Trípoli, el
espacio físico de una base militar, mientras el resto de la ciudad
está dominado por facciones con distintas lealtades.
Sin
contar con el apoyo de milicias tribales o urbanas, y con poco
arraigo social, el GAN, presidido por Sayef Sarraj, no tiene los
medios materiales para imponerse. Su gobierno está dividido: el
vicepresidente Musa el-Koni, dimitió a primeros de mes, acusando
al gabinete de no ejercer su autoridad. Una prueba de su
debilidad es que la reciente expulsión del Estado Islámico (EI) de
su enclave en la ciudad de Sirte fue llevada a cabo por las
combativas milicias islámicas de Misrata. El GAN se ve obligado a
dedicar gran parte de sus esfuerzos a luchar contra las facciones y
bandas criminales que dominan diversas partes de Trípoli, y al
tiempo trata de conciliar las diversas fuerzas que se reparten el
control del país.
En ese enrarecido clima, Hafter ejerce un
poder militar efectivo. El general había sido oficial del ejército
de Mohamed Gadafi, con quien rompió. Luego pasó varios años
refugiado en los Estados Unidos. Sus fuerzas, que se llaman a sí
mismas Ejército Nacional de Libia (ENL), están basadas en el este del
país, en el entorno de Bengasi. El ENL ha luchado continuamente
contra el llamado Estado Islámico (EI) y otras fuerzas yihadistas.
En
el curso de una brillante operación militar, el pasado año, el
ENL expulsó las milicias tribales e islamistas que tenían
ocupadas las instalaciones y los puertos del Creciente Petrolífero:
Ras Lanuf, Brega y Es Sider, devolviéndolos a la actividad. La
reactivación de esas instalaciones ha ayudado a que la
producción actual de Libia alcance los 708.000 barriles/día,
volumen en que el presidente de la Corporación Nacional del Petróleo
(CNP), Mustafá Sanalla, en visita reciente al campo de Jalo, en el
sudeste del país, la ha estimado. Se cree que hay un entendimiento
secreto entre Hafter y la CNP para canalizar los ingresos por
exportación hacia los cofres de esta última.
Hafter aseguró
esta semana al Corriere della Sera que sus fuerzas controlan el 80 por
ciento del país. El general señaló al desértico Sur libio como la
fuente de su inestabilidad, en clara referencia a las
infiltraciones de los yihadistas que campan por el Sáhara y el
África negra, y que apoyan al EI, a al-Qaida, y a las redes de
tráficos de personas y de armas que atraviesas los desiertos
meridionales, para proyectarse sobre Europa.
Las dos fuerzas
armadas más efectivas, el ENL y las milicias de Misrata, se
disputan el dominio de sus respectivos territorios, A primeros de
enero estas últimas expulsaron al ENL de un punto de control
estratégico, y el ENL respondió atacando una base aérea de los de
Misrata, causando numerosas bajas. El significado de estos
enfrentamientos es difícil de discernir, y parecen indicar una
disposición a defender partes del territorio como feudos
particulares de una tribu o de unos líderes religiosos.
Hafter
es pesimista sobre la posibilidad de que Libia viva en paz, en un
marco democrático. En sus declaraciones al Corriere, dijo que en
las elecciones generales del 2012, cuando Gadafi ya había muerto,
“los libios no sabían lo que era democracia. Simplemente, no
estaban preparados”. E insistió en los peligros que llegan desde
el sur: “Si lo controlásemos, habría menos problemas para todo el
mundo”, remachó.
Uno de los
principales apoyos del débil gobierno legal es Italia, respaldada
por los otros países de la Unión Europea. El embajador italiano
retornó a primeros de año a Trípoli, pero se ganó una advertencia
del presidente del llamado Gobierno de Salvación, que no reconoce
al GAN, y está instalado también en la capital. Su jefe. Jalifa
al-Ghawiel, exigió al presidente del gobierno, Paolo Gentiloni, que
retire las fuerzas italianas que operan en Misrata, consistentes en
personal médico y administrativo, y cien paracaidistas como
protección.
El cambio en la presidencia de los Estados Unidos
será la oportunidad de revisar la política de Obama para Libia,
limitada a intervenciones militares puntuales contra el EI. Ese
es el marco en que hay que contemplar el interés creciente de Rusia
por Libia, una Libia que constituye un turbulento espacio
geopolítico a las puertas mismas del flanco sur de Europa e
hipotética plataforma para amenazar a la VI Flota.
El cuadro
con que se va a encontrar Trump cuando llegue a la Casa Blanca, en
cuanto a Libia, consiste en dos fuerzas efectivas en presencia
(milicias de Misrata y el ejército de Hafter), proclives al choque, y
una serie de milicias descoordinadas, que impiden que el país se
estabilice. Junto a todo ello un gobierno legal inefectivo, y una
ayuda europea muy limitada, consistente en un grupo de apoyo de
seis países: Francia, Italia, España, Alemania, Estados Unidos y Reino
Unido, que hasta ahora se ha hecho sentir en ataques aéreos puntuales
y entrenamiento de fuerzas del orden contra la emigración ilegal.
Es evidente que este ‘approach’, limitado por el marco legal de la
ONU, no ha sido muy efectivo para dar estabilidad del país.
Quizás
Trump, sí entiende bien el problema que Libia representa para sus
no muy resueltos aliados europeos, desee llegar al corazón de los
asuntos libios antes de que Putin se haga con los instrumentos
diplomático-militares que le proporcionarían, a bajo coste,
una esfera de influencia en donde hasta ahora no ha tenido ninguna.
(*) Periodista español
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